lunes, 14 de septiembre de 2009

EL MILAGRO DE PERLA


Mi abuelo nunca fue cercano a mí. Nunca hablamos mucho porque sentíamos que no había nada en común entre ambos, porque había muchos rencores entre nosotros, mucho dolor. Mi madre contaba que ahogó un gatito una vez cuando ella era pequeña y echó a la calle a un animal que yo rescaté y al cual nunca volví a ver, algo que se sumó a las muchas cosas que no era capaz de perdonarle. Por lo tanto, la idea de un perro en casa era algo absurdo. El jamás lo permitiría. Sólo un milagro podría romper esa maldición. Ese milagro se llamó Perla.
Perla era la perrita de unos vecinos. Ansiosa y hambrienta buscaba en basura y en la calle lo que sus dueños no deseaban darle, un plato de comida decente, una vida digna y una caricia. Cuando yo conocí a Perla hicimos click de inmediato. Empezó a frecuentar mi casa donde recibía no sólo comida sino también abrazos. Poco a poco esas vistas se hicieron más largas y Perla se acostumbró a acompañar a mi abuelo al mercado cuando salía a hacer sus compras. El renegaba aduciendo que no le gustaba andar con ella pero sé que en el fondo le encantaba estar acompañado.
Las largas horas de conversa de mi abuelo con sus amigos en la esquina las hacía acompañado de Perla quien lo miraba profundamente con sus bellos ojos café. De pronto mi abuelo empezó a entrar a la casa sólo para preguntar si había comida para la “mamita” y yo por supuesto decía siempre que sí.
Después que rescatamos a Rocky de la calle, Perla no quiso quedarse atrás. Un día nos avisaron que ella había estaba durmiendo en nuestra puerta durante la noche anterior empapada por la lluvia y tiritando de frío. La madrugada siguiente abrimos la puerta y la vimos allí acurrucada en nuestra vereda. “Pobrecita la mamita”, dijo mi abuelo, “qué pase por hoy”. Por supuesto que ese hoy se convirtió en para siempre igual que con Rocky.
Detrás de la perrita ansiosa que se orinaba “por molestar” según sus dueños, existía un ser maravilloso, dulce, educado y tierno que logró lo que ningún otro perro, incluso Rocky, había logrado hasta ahora: ser querida por mi abuelo.
Cuando él llegaba de la calle la cogía de las patas delanteras y se ponía a bailar con ella largo rato. Durante el almuerzo la dejaba estar su lado le daba palmaditas en la cabeza y le hablaba. El no era muy efusivo. por eso yo sabía que esos bailes y caricias que podían parecer simples eran algo extraordinario.
Cuando mi abuelo tuvo problemas para respirar por su enfermedad una vez, estando solo en casa, fue Perla quien ladró desesperada para que alguien viniera a tocar la puerta. Cuando ya estuvo postrado con cáncer esperando sus últimos días era ella quien venía a ver como estaba cada 15 minutos. A veces mi abuelo la llamaba y Perla se acercaba a su cama poniendo la cabeza sobre la frazada, mirándolo con esos ojos que rompían la resistencia de cualquier corazón. Recuerdo siempre lo que él decía: “Si Perlita pudiera atenderme, prepararme mi dieta, acompañarme al hospital, vigilar mi presión y mi sueño sé que lo haría y mejor que nadie”. Y así fue hasta el día que murió en casa. Ese día también Perla estuvo allí.
Yo nunca fui unida a mi abuelo pero sé en sus últimos meses de vida descubrió algo que evitó que muriera incompleto y vacío: aprendió lo que es querer a un animal. Perla se lo enseñó y eso es algo que estoy segura recordará y que lo hará siempre sonreír aun en su otra vida, por toda la eternidad.

2 comentarios:

Mamá Pollita. dijo...

Carla, algo asi sucedio en mi casa pero con una gata rescatada por mi mamá a quién mi papá rechazó desde el comienzo, Tatiana (la gatita) fué quien acompañó a mi mamá durante todo su embarazo; cuando mi hermanito estaba en camino, hace mas o menos 20 años, mi papá, al ver la fidelidad de Tatiana, se dió cuenta de que los gatos no son traicioneros y también sobre esa mentira de que los gatos hacen daño a las mujeres gestantes, mi hermano nacio sanito y lindo, su nana era Tati, quien no se despegaba de su bebe humano en ningún momento.
Un besito.
Joa

Anónimo dijo...

Yo crecí sin perros, mi madre no los permitía, ahora ella que nunca quiso, tiene dos!! ...que muy sutilmente primero medias mañanas hasta llegar a días completos, se quedaron, yo los dejaba en su casa a veces una mañana, una tarde porque peleaban con mis perros y quería encontrarles un buen lugar y encontré la casa de mi madre que está muy cerca de la mía .
Ella dice que son su mejor compañía, y los saca a pasear todos los días.
Lograron convencerla, Ellos!!.

Un abrazo grande,Laura